jueves, 13 de octubre de 2011

condición.

Hay algo que está cambiando. Algo dentro. Algo que me llena de vicios y de certidumbres.

Creo que pertenezco. A algo. A ese algo que está cambiando dentro.

Por primera vez me siento local. Pero de una manera distinta a los locales que habitan esta ciudad.

Hay una rutina. Dulce rutina. Despertarse, a la hora que sea, vivir un rato, ver las noticias o atomizarme con música de un random mental espantoso, pero que me encanta. Luego un trabajo de pocas horas en el que la paso realmente muy bien.

Siempre soy un personaje distinto cuando atiendo a esos turistas que piensan que Evita es Madonna en un musical y en el momento en que me piden ese DVD, dependiendo del personaje que me toque ese día, respondo, en un inglés muy malo, una historia distinta. Lo único que no varía en eso, es el: “y por eso no lo tenemos.

Luego caminar hacia mi casa, cantando a los gritos, bailando, hablando, como si fuese la única persona que queda en esta ciudad. Alguna salida, amigos, sexo… O no.

Descubrí el sexo sin culpas. Ninguna culpa. Por primera vez soy local en mí. Siempre juego como quiero jugar, puesto que hasta que no llegue el amor, la única protagonista de esta historia, soy yo.

Creo que ya no le tengo miedo a nada.

Vivo el día a día, monetariamente y como filosofía. Si hay, hay, y si no, me las rebusco para que eso no sea un problema.

Esto de no ser más una turista en esta ciudad, que hace casi dos años, me habita, es algo parcial. Nunca correré por la ciudad, para llegar temprano a algún lado. Nunca dejaré de extrañarme de las pequeñas cosas que suceden todos los días. El día que deje de divertirme, no lo haré más. Esa es la única condición.







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